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TEMAS
1)Un signo de Amor: La Virgen del Carmen
2)¿Vivimos nuestra fe católica?







Un signo de Amor: La Virgen del Carmen


Unos años antes de morir Monseñor Romero presidió la fiesta del Carmen en una parroquia salvadoreña. Al día siguiente, declaraba:

- ¡Qué fiesta tan hermosa! Todos rodeando la imagen de la Virgen en la procesión, rezando y cantando. Era gente sencilla, muy alejada de esas preocupaciones políticas y revolucionarias que a tantos preocupan. Yo me decía: ¡Este es el verdadero Pueblo de Dios!

Y el Pueblo de Dios canta:

Es la Virgen del Carmelo
la que más altares tiene;
su sagrado Escapulario
no hay pecho que no lo lleve.

Es cierto lo que canta la canción. Es la advocación del Carmen una de las devociones más populares de la Virgen. En cada capilla, en cada hogar católico hay alguna imagen o estampa de la Virgen del Carmen. El próximo 16 de julio la celebraremos.

La advocación del Carmen viene del Monte Carmelo. El Carmelo, ha sido siempre un monte sagrado. En el siglo IX antes de Cristo, Elías lo convirtió en el refugio de la fidelidad al Dios único y en el lugar de los encuentros entre el Señor y su pueblo (1R 18,39). Por eso la Orden del Carmen se ha puesto bajo el patrocinio de la Virgen del Carmen. San Juan de la Cruz, convirtirá el Monte Carmelo en el signo del camino hacia Dios.

En 1R 41-47 se nos habla del fin de la sequía. El cielo estaba cerrado hacía más de tres años, no llovía ni una gota. Fue entonces cuando Elías manda a su criado para que se asomara a ver si veía signos de lluvia. Fue a la séptima vez que el criado dijo: “ Hay una nube como la palma de un hombre, que sube del mar”. Y la lluvia fue abundante. En esta historia bíblica el pueblo cristiano ve a la Virgen. Los Carmelitas han difundido esta devoción de la Virgen del Carmen.

Los monjes que habitaban el Monte Carmelo, se lanzaron por Europa a principios del siglo trece. En medio de las persecuciones de que fueron objeto, san Simón Stock pidió la protección de María. En respuesta a su oración, el 16 de julio de 1251 se le apareció la Virgen y le dio el escapulario para la Orden con la siguiente promesa: "Este debe ser un signo y privilegio para ti y para todos los Carmelitas: quien muera con el escapulario no sufrirá el fuego eterno".

Desde entonces, el escapulario del Carmen, sustituido también con la medalla supletoria, se lleva en millones de pechos cristianos.

Ese escapulario bendito es signo de protección de la Virgen María para todos los que lo llevan y lo besan con amor.

Es signo de nuestra entrega al amor de la Virgen, a la que nos confiamos con amor de hijos.

Es signo de nuestra consagración al Corazón de nuestra Madre celestial.

Es signo de la vida cristiana que queremos llevar para ser dignos hijos de la Virgen.

En 1950 el Papa Pío XII escribió "que el escapulario sea tu signo de consagración al Inmaculado Corazón de María, lo cual estamos particularmente necesitando en estos tiempos tan peligrosos". Quien usa el escapulario debe ser consciente de su consagración a la Virgen y debe comportarse como ella, fiel discípulo de Jesús, a la escucha de la palabra, atenta a Dios y a las necesidades de los humanos. El buen hijo de María, perseverará en el camino de Jesús hasta el final.

Quien lleva el escapulario ha de comportarse como hijo de María. El escapulario no es un amuleto, algo mágico. Kilian Lynch, antiguo general de la Orden dice: "No lleguemos a la conclusión de que el escapulario está dotado de alguna clase de poder sobrenatural que nos salvará a pesar a pesar de lo que hagamos o de cuanto pequemos...Una voluntad pecadora y perversa puede derrotar la omnipotencia suplicante de la Madre de la Misericordia."

El primer escapulario debe ser bendecido e impuesto por un sacerdote con esas palabras: "Recibe este escapulario bendito y pide a la Virgen Santísima que por sus méritos, lo lleves sin ninguna mancha de pecado y que te proteja de todo mal y te lleve a la vida eterna". En 1910, a petición de los misioneros en los países del trópico, donde los escapularios de tela se deterioran pronto, el Papa Pío X declaró que una persona que ha recibido el escapulario de tela puede llevar la medalla-escapulario en su lugar, si tiene razones legítimas para sustituirlo.

El escapulario es un signo de amor que ha de ser llevado con dignidad, como un fiel discípulo de Jesús e hijo de María







¿Vivimos nuestra fe católica?

La fe no es una simple teoría. Es un compromiso que llega al corazón y a las acciones, a los principios y a las decisiones, al pensamiento y a la vida.

Vivimos nuestra fe cuando dejamos a Dios el primer lugar en nuestras almas. Cuando el domingo es un día para la misa, para la oración, para el servicio, para la esperanza y el amor. Cuando entre semana buscamos momentos para rezar, para leer el Evangelio, para dejar que Dios ilumine nuestras ideas y decisiones.

Vivimos nuestra fe cuando no permitimos que el dinero sea el centro de gravedad del propio corazón. Cuando lo usamos como medio para las necesidades de la familia y de quienes sufren por la pobreza, el hambre, la injusticia. Cuando sabemos ayudar a la parroquia y a tantas iniciativas que sirven para enseñar la doctrina católica.

Vivimos nuestra fe cuando controlamos los apetitos de la carne, cuando no comemos más de lo necesario, cuando no nos preocupamos del vestido, cuando huimos de cualquier vanidad, cuando cultivamos la verdadera modestia, cuando huimos de todo exceso: “nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias” (Rm 13,13).

Vivimos nuestra fe cuando el prójimo ocupa el primer lugar en nuestros proyectos. Cuando visitamos a los ancianos y a los enfermos. Cuando nos preocupamos de los presos y de sus familias. Cuando atendemos a las víctimas de las mil injusticias que afligen nuestro mundo.

Vivimos nuestra fe cuando tenemos más tiempo para buenas lecturas que para pasatiempos vanos. Cuando leemos antes la Biblia que una novela de última hora. Cuando conocer cómo va el fútbol es mucho menos importante que saber qué enseñan el Papa y los obispos.

Vivimos nuestra fe cuando no despreciamos a ningún hermano débil, pecador, caído. Cuando tendemos la mano al que más lo necesita. Cuando defendemos la fama de quien es calumniado o difamado injustamente. Cuando cerramos la boca antes de decir una palabra vana o una crítica que parece ingeniosa pero puede hacer mucho daño. Cuando promovemos esa alabanza sana y contagiosa que nace de los corazones buenos.

Vivimos nuestra fe cuando los pensamientos más sencillos, los pensamientos más íntimos, los pensamientos más normales, están siempre iluminados por la luz del Espíritu Santo. Porque nos hemos dejado empapar de Evangelio, porque habitamos en el mundo de la gracia, porque queremos vivir a fondo cada enseñanza del Maestro.

Vivimos nuestra fe cuando sabemos levantarnos del pecado. Cuando pedimos perdón a Dios y a la Iglesia en el Sacramento de la confesión. Cuando pedimos perdón y perdonamos al hermano, aunque tengamos que hacerlo setenta veces siete.

Vivimos nuestra fe cuando estamos en comunión alegre y profunda con la Virgen María y con los santos. Cuando nos preocupa lo que ocurre en cada corazón cristiano. Cuando sabemos imitar mil ejemplos magníficos de hermanos que toman su fe en serio y brillan como luces en la marcha misteriosa de la historia humana.

Vivimos nuestra fe cuando nos dejamos, simplemente, alegremente, plenamente, amar por un Dios que nos ha hablado por el Hijo y desea que le llamemos con un nombre magnífico, sublime, familiar, íntimo: nuestro Padre de los cielos.
P. Fernando Pascual LC

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