TEMAS
1)Dar gratis lo que gratis se nos dio
2)La oración más difícil, la que más nos cuesta...
Dar gratis lo que gratis se nos dio
Es fácil ser evangelizadores y misioneros. Se trata simplemente de dar gratis lo que gratis hemos recibido.
¿Es fácil? ¿No vivimos en un mundo hostil, lleno de insidias y de rencores? ¿No somos nosotros mismos víctimas de la tentación materialista? ¿No tenemos el pecado fuera y dentro de los corazones?
Al ver la situación del mundo y al constatar la propia debilidad, sentimos miedo. Miedo a enseñar la fe y luego sufrir las “consecuencias”. Miedo a ser tildados de locos, fanáticos, fundamentalistas, beatos. Miedo a ser criticados por familiares y amigos, por compañeros de trabajo y por conocidos.
Pero si pensamos en que hemos recibido un tesoro, en que Dios no es para unos pocos, en que Él es un Padre que ama a todos, en que Cristo dio su Sangre para el perdón de los pecados, en que el Espíritu Santo sopla y actúa donde quiere y espera la ayuda de discípulos y misioneros... entonces nuestro corazón cobra fuerzas y entusiasmo: ¡sí podemos predicar el Evangelio!
¿Tan sencillo? Se exige, desde luego, coherencia, pues de nada sirve quien predica y luego vive de otra manera. Se exige, además, una formación mínima, que podemos lograr poco a poco gracias a una meditación profunda y desde la fe de la Sagrada Escritura, y a un buen estudio del “Catecismo de la Iglesia Católica”. Se exige una vida sacramental convencida: la misa dominical (y no sólo dominical), la confesión frecuente.
Se exigen, por lo tanto, ciertos requisitos. Pero nos parecerán fáciles desde la alegría experimentada, en el corazón, de saber que Dios nos mira, nos acompaña, nos impulsa, nos ama. A nosotros y a tantas personas que encontrarán el sentido de sus vidas si descubren, con nuestra ayuda humilde, la gran noticia: Cristo nació, vivió, murió, y resucitó, para salvarnos, para llevarnos al Padre, para permitir que ya en esta tierra sea posible una existencia de caridad auténtica, una vida que es anticipo de lo que experimentaremos, si somos fieles a la gracia de Dios, en el cielo.
La oración más difícil, la que más nos cuesta...
A veces, Señor, cuando estoy ante ti, recorro mi alma en examen sincero preguntándome si solo vengo a ti buscando consuelo para mis penas y problemas...
¿Qué le falta a mi oración?
Señor, dame luz para comprender que la que tengo olvidada o que no me conviene es la "Oración de intercesión". Esa, que es el olvido de uno mismo, esa, que es "una petición en favor de otros". Es la que no tiene límites ni fronteras, ya que es la que puede alcanzar gracias hasta para los enemigos y es también la expresión de la Comunión de los Santos. Es la oración en que nos olvidamos de nosotros para pensar en los demás.
Es generosa, de una caridad sin límites cuando pedimos por alguien que no nos ama, por alguien que no nos hace caso o que tal vez nos hizo o hace mucho daño. Es acercarnos realmente a la forma de orar que tu oraste por nosotros a tu Padre, Señor.
Tu, Señor, siempre estuviste y estás presto a interceder por nosotros ante el Padre, en favor de todos los hombres, especialmente por los pecadores. En favor... de mi.
Y te quedaste con nosotros en este Sacramento, estás con nosotros cada momento del día en la Eucaristía para seguir intercediendo por nosotros, nos escuchas y te llevas nuestras peticiones al Padre.
Vale la pena hacer la prueba. Olvidarse de uno por un momento, desasirse de todos los problemas que nos agobian, de esa pena.... que llevamos colgada del corazón, de esa enfermedad, de ese malestar, de esa inquietud, temor o disgusto que no nos deja dormir...
Dejar "nuestras cosas" a un lado, dejarlas por un momento y poniéndonos ante tu presencia, Señor, pensar en los demás...y así, como una letanía de incienso, perfumada por el más grande amor, ese que nos cuesta tanto porque no es para nuestro beneficio personal, pedir, por todos los seres del mundo, por las autoridades que manejan el destino de los países, por los que sufren, enfermos o desamparados, por los que en este día morirán e irán a la presencia del Padre, por los sacerdotes, por los misioneros por los no nacidos y por los jóvenes, pero sobretodo por tal o cual persona, esa que nos hace sufrir, esa que no nos "cae bien", esa que no nos quiere...que siempre sabe cómo mortificarnos.... ¡esa es la oración que tu está esperando, Jesús mío, esa es la que más me cuesta pero... esa es la que tu quieres!.
Y cuando logramos hacerla, el alma y el pensamiento se van aligerando y un rocío de paz moja nuestro corazón, antes reseco por el rencor, tal vez por el egoísmo de vivir absortos en "nuestro pequeño mundo" tan solo con nuestras preocupaciones.
Si, Jesús Sacramentado, yo necesito que me escuches porque me agobian muchas cosas y tengo el alma triste pero con esta oración, he sentido el dulce consuelo de tu abrazo lleno de misericordia para mi y para todos aquellos por lo que te he pedido. ¡Gracias, Señor!.

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