Dinos San Juan Bautista ¿Qué tenemos que hacer?… El gran Bautista, el que nos anuncia la llegada del Hijo de Dios entre los hombres, nos ayudará a preparar el camino del Adviento.
Tercer domingo de Adviento
Walter cursó brillantemente sus estudios de Administración de empresas, y para su tesis, se le ocurrió pensar en la funcionalidad de esa transnacional que comienza aquí en la tierra y termina en el otro lado.
Hizo la solicitud correspondiente, y cosa increíble, le fue concedida, así que se aprestó a marcharse, computadora en mano, y recién llegado al cielo se encontró con San Pedro que fue el encargado de mostrarle cómo funciona la vida en aquella próspera empresa. El santo llevó a Walter a un recorrido por el cielo. Ambos caminaron paso a paso por unos grandes pabellones llenos de ángeles.
San Pedro se detuvo frente a la primera sección y dijo: "Esta es la sección de recibo. Aquí, todas las peticiones hechas a Dios mediante la oración son recibidas". Walter miró a la sección y estaba terriblemente ocupada con muchos ángeles clasificando peticiones escritas en voluminosas hojas de papel, de personas de todo el mundo.
Ellos siguieron caminando hasta que llegaron a la siguiente sección, y San Pedro le dijo: "Esta es la sección de empaque y entrega. Aquí, las gracias y bendiciones que la gente pide, son empacadas y enviadas a las personas que las solicitaron". Walter vio cuán ocupada estaba. Había tantos ángeles trabajando en ella como tantas bendiciones estaban siendo empacadas y enviadas a la tierra.
Finalmente, en la esquina más lejana del último pabellón, Walter se detuvo en una diminuta sección. Para su sorpresa, sólo un ángel permanecía en ella ocioso, haciendo muy poca cosa. "Esta es la sección del agradecimiento" dijo San Pedro a Walter. "¿Cómo es que hay tan poco trabajo aquí?" Preguntó Walter. "Esto es lo peor"- contestó San Pedro. Después que las personas reciben las bendiciones que pidieron, muy pocas envían su agradecimiento.
"¿Y cómo pueden las gentes agradecer las bendiciones de Dios? "Simple," contestó San Pedro, "sólo tendrías que decir o escribir o poner un E-mail: “Gracias Señor".
Esta anécdota, que nos han enviado gentilmente, viene bien a cuento, porque se nos llega ya el día de Navidad, y entre regalos y cenas y fiestas de fin de año, se nos olvida lo más importante, que es agradecer cumplidamente a nuestro Buen Padre Dios el tremendo regalazo que nos hizo al enviarnos a su Hijo Jesucristo al mundo, en carne mortal, y sujeto a todas las limitaciones humanas, menos el pecado.
Tendríamos que imitar a esos grandes santos, que cuando las condiciones eran otras, y sólo se permitía comulgar en algunas ocasiones, digamos cada semana, se pasaban tres días preparando la Sagrada comunión, que era recibida entre grandes muestras de júbilo, y alegría, y los tres días restantes eran empleados en bendecir y alabar a Dios por el gran don de la Eucaristía.
Precisamente esto es lo que nos propone San Pablo, al considerar que el Señor está cerca: “No se inquieten por nada; más bien presente en toda ocasión sus peticiones a Dios en la oración y la súplica, llenos de gratitud”.
Quisiera que todos los cristianos, viéramos esta Navidad como un don del cielo, como el mejor obsequio que el Señor podría haber hecho a nuestra humanidad, y como el mejor antídoto para esa enfermedad que se anuncia ya como la nueva enfermedad del siglo, la famosa “depre”, que en serio afecta a mucha gente sobre la tierra, y que surge en la conciencia del hombre cuando éste se cierra a la gracia, a la amistad, a la cercanía del Dios que nos salva en su Hijo Jesucristo.
Entonces se produce un vacío muy difícil de llenar, porque el corazón del hombre, hecho con las dimensiones del corazón de nuestro Salvador no puede ser llenado con cosas y cosas y cosas, como hacemos normalmente en ocasión de Navidad, para disimular nuestro vacio interior y muchas veces nuestro egoísmo.
El Papa mismo reconoce la dificultad que está creando esta enfermedad en el mundo, causada también por la influencia de los medios de comunicación social: “que exaltan el consumismo, la satisfacción inmediata de los deseos y la carrera hacia un bienestar material cada vez mayor… "
Esa enfermedad es siempre una prueba espiritual, y por eso es importante tender la mano a los enfermos, ayudarles a percibir la ternura de Dios, a integrarlos en una comunidad de fe y de vida donde puedan sentirse acogidos, comprendido, sostenidos, en una palabra, dignos de amar y de ser amados.
Para ellos, como para cualquier otro, contemplar a Cristo y dejarse “mirar” por él es una experiencia que los abre a la esperanza y los impulsa a elegir la vida”. Esto es muy de considerar, por eso continuamos escuchando al Papa:
“En su amor infinito, Dios está siempre cerca de los que sufren. La enfermedad depresiva puede ser un camino para descubrir otros aspectos de sí mismos y nuevas formas de encuentro con Dios. Cristo escucha el grito de aquellos cuya barca está a merced de la tormenta (Cf. Mt 4, 35-41). Está presente a su lado para ayudarles en la travesía y guiarlos al puerto de la serenidad recobrada”.
Esta misma alegría y este compromiso de solidaridad con los que no pueden comprar y comprar como aconsejan los medios de comunicación, son los que nos anuncia el profeta Sofonías:
“Canta, da gritos de júbilo, gózate y regocíjate de todo corazón… el Señor será el Rey en medio de tu pueblo y no temerán ningún mal… que no desfallezcan tus manos. El Señor, tu Dios, tu poderoso salvador, está en medio de ti; El se goza y se complace en ti: él te ama y se llenará de júbilo por tu causa, como en los días de fiesta”.
Estos días, pues no serán de muchas consideraciones, sino ir saboreando, ayudados por las palabras del Profeta Sofonías, con esa presencia del Señor entre nosotros, y con la tremenda seguridad de que él nos ama, se complace en nosotros, y nos hará vivir en una fiesta, en una eterna Navidad, celebrando al Hijo de Dios que comparte nuestras miserias y nuestros dolores, pero que marca caminos de vida nueva, de salvación y de perdón.
Como conclusión, tendríamos que sentarnos frente a San Juan el Bautista, el gran Bautista, el que nos anuncia la llegada del Hijo de Dios entre los hombres, para preguntarle a boca de jarro: “¿Qué debemos hacer?”.
Su respuesta será clarísima: la solidaridad y el saber compartir lo nuestro, sin olvidarnos de la justicia y el fiel y exacto cumplimiento de nuestros deberes.
“Quien tenga dos túnicas o dos vestidos, dé uno al que no tiene ninguno y quien tenga comida, que haga lo mismo… no cobren más de lo establecido… no extorsionen a nadie ni denuncien falsamente, sino conténtense con su salario…”.
Autor: P. Alberto Ramírez Mozqueda
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Él entra en mi vida y quiere dirigirse a mí
Adviento. Cada acontecimiento de la jornada es un gesto que Dios nos dirige, signo de la atención que tiene por cada uno de nosotros.
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Adviento, quiere decir: “venida”, en latín adventus, de donde viene el término Adviento.
Reflexionemos brevemente sobre el significado de esta palabra, que puede traducirse como “presencia”, “llegada”, “venida”. En el lenguaje del mundo antiguo era un término técnico utilizado para indicar la llegada de un funcionario, la visita del rey o del emperador a una provincia. Pero podía indicar también la venida de la divinidad, que sale de su ocultación para manifestarse con poder, o que es celebrada presente en el culto.
Los cristianos adoptaron la palabra “adviento” para expresar su relación con Jesucristo: Jesús es el Rey, que ha entrado en esta pobre “provincia” llamada tierra para visitarnos a todos; hace participar en la fiesta de su adviento a cuantos creen en Él, a cuantos creen en su presencia en la asamblea litúrgica. Con la palabra adventus se pretendía sustancialmente decir: Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha dejado solos. Aunque no lo podemos ver y tocar como sucede con las realidades sensibles, Él está aquí y viene a visitarnos de múltiples maneras.
El significado de la expresión “adviento” comprende por tanto también el de visitatio, que quiere decir simple y propiamente "visita"; en este caso se trata de una visita de Dios: Él entra en mi vida y quiere dirigirse a mí. Todos tenemos experiencia, en la existencia cotidiana, de tener poco tiempo para el Señor y poco tiempo también para nosotros. Se acaba por estar absorbidos por el “hacer”.
¿Acaso no es cierto que a menudo la actividad quien nos posee, la sociedad con sus múltiples intereses la que monopoliza nuestra atención?
¿Acaso no es cierto que dedicamos mucho tiempo a la diversión y a ocios de diverso tipo? A veces las cosas no “atrapan”.
El Adviento, este tiempo litúrgico fuerte que estamos empezando, nos invita a detenernos en silencio para captar una presencia. Es una invitación a comprender que cada acontecimiento de la jornada es un gesto que Dios nos dirige, signo de la atención que tiene por cada uno de nosotros. ¡Cuántas veces Dios nos hace percibir algo de su amor! ¡Tener, por así decir, un “diario interior” de este amor sería una tarea bonita y saludable para nuestra vida! El Adviento nos invita y nos estimula a contemplar al Señor presente. La certeza de su presencia ¿no debería ayudarnos a ver el mundo con ojos diversos? ¿No debería ayudarnos a considerar toda nuestra existencia como "visita", como un modo en que Él puede venir a nosotros y sernos cercano, en cada situación?
Otro elemento fundamental del Adviento es la espera, espera que es al mismo tiempo esperanza. El Adviento nos empuja a entender el sentido del tiempo y de la historia como "kairós", como ocasión favorable para nuestra salvación. Jesús ilustró esta realidad misteriosa en muchas parábolas: en la narración de los siervos invitados a esperar la vuelta del amo; en la parábola de las vírgenes que esperan al esposo; o en aquellas de la siembre y de la cosecha. El hombre, en su vida, está en constante espera: cuando es niño quiere crecer, de adulto tiende a la realización y al éxito, avanzando en la edad, aspira al merecido descanso. Pero llega el tiempo en el que descubre que ha esperado demasiado poco si, más allá de la profesión o de la posición social, no le queda nada más que esperar.
La esperanza marca el camino de la humanidad, pero para los cristianos está animada por una certeza: el Señor está presente en el transcurso de nuestra vida, nos acompaña y un día secará también nuestras lágrimas. Un día no lejano, todo encontrará su cumplimiento en el Reino de Dios, Reino de justicia y de paz.
Pero hay formas muy distintas de esperar. Si el tiempo no está lleno por un presente dotado de sentido, la espera corre el riesgo de convertirse en insoportable; si se espera algo, pero en este momento no hay nada, es decir, si el presente queda vacío, cada instante que pasa parece exageradamente largo, y la espera se transforma en un peso demasiado grave, porque el futuro es totalmente incierto. Cuando en cambio el tiempo está dotado de sentido y percibimos en cada instante algo específico y valioso, entonces la alegría de la espera hace el presente más precioso. Queridos hermanos y hermanas, vivamos intensamente el presente donde ya nos alcanzan los dones del Señor, vivamoslo proyectados hacia el futuro, un futuro lleno de esperanza. El Adviento cristiano se convierte de esta forma en ocasión para volver a despertar en nosotros el verdadero sentido de la espera, volviendo al corazón de nuestra fe que es el misterio de Cristo, el Mesías esperado por largos siglos y nacido en la pobreza de Belén.
Viniendo entre nosotros, nos ha traído y continua ofreciéndonos el don de su amor y de su salvación. Presente entre nosotros, nos habla de múltiples modos: en la Sagrada Escritura, en el año litúrgico, en los santos, en los acontecimientos de la vida cotidiana, en toda la creación, que cambia de aspecto según si detrás de ella está Él o si está ofuscada por la niebla de un origen incierto y de un incierto futuro.
A nuestra vez, podemos dirigirle la palabra, presentarle los sufrimientos que nos afligen, la impaciencia, las preguntas que nos brotan del corazón. ¡Estamos seguros de que nos escucha siempre! Y si Jesús está presente, no existe ningún tiempo privado de sentido y vacío. Si Él está presente, podemos seguir esperando también cuando los demás no pueden asegurarnos más apoyo, aún cuando el presente es agotador.
Queridos amigos, el Adviento es el tiempo de la presencia y de la espera de lo eterno. Precisamente por esta razón es, de modo particular, el tiempo de la alegría, de una alegría interiorizada, que ningún sufrimiento puede borrar. La alegría por el hecho de que Dios se ha hecho niño. Esta alegría, invisiblemente presente en nosotros, nos anima a caminar confiados. Modelo y sostén de este íntimo gozo es la Virgen María, por medio de la cual nos ha sido dado el Niño Jesús. Que Ella, fiel discípula de su Hijo, nos obtenga la gracia de vivir este tiempo litúrgico vigilantes y diligentes en la espera. Amén.
Autor: SS Benedicto XVI
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Fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen.
Sólo a Ella Dios le concedió el privilegio de haber sido preservada del pecado original, como un regalo especial para la mujer que sería la Madre de Jesús y madre Nuestra
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LA INMACULADA CONCEPCIÓN
Diciembre 8
Ella, desde el momento en que fue concebida por sus padres, por gracia y privilegios únicos que Dios le concedió, fue preservada de toda mancha del pecado original.
En nuestra sociedad, la pureza tiene dos valores opuestos. Mientras la droga más pura es la más cara y todos buscan el detergente que deje la ropa más blanca, muy pocos se preocupan de mantener su alma y su vida pura, de cara a la vida eterna. Incluso, quienes se confiesan seguido son, a veces, criticados y se les califica despectivamente de "mochos". La Virgen María nos invita a vivir este ideal de la pureza, aunque para ello tengamos que ir "contra corriente".
Un poco de historia
El 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX, promulgó un documento llamado "Ineffabilis Deus" en el que estableció que el alma de María, en el momento en que fue creada e infundida, estaba adornada con la gracia santificante.
Desde entonces, esta es de las verdades que los católicos creemos, aunque a veces, no entendamos. Es lo que se llama Dogma o artículo de fe.
La Virgen María fue "dotada por Dios con dones a la medida de su misión tan importante" (Lumen Gentium). El ángel Gabriel pudo saludar a María como "llena de gracia" porque ella estaba totalmente llena de la gracia de Dios. Dios la
bendijo con toda clase de bendiciones espirituales, más que a ninguna otra persona creada. Ella es "redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo". (LG, n. 53)
La devoción a la Inmaculada Concepción es uno de los aspectos más difundidos de la devoción mariana. Tanto en Europa como en América se adoptó a la Inmaculada Concepción como patrona de muchos lugares.
María tiene un lugar muy especial dentro de la Iglesia por ser la Madre de Jesús. Sólo a Ella Dios le concedió el privilegio de haber sido preservada del pecado original, como un regalo especial para la mujer que sería la Madre de Jesús y madre Nuestra.
Con esto, hay que entender que Dios nos regala también a cada uno de nosotros las gracias necesarias y suficientes para cumplir con la misión que nos ha encomendado y así seguir el camino al Cielo, fieles a su Iglesia Católica.
Podemos aprender que es muy importante para nosotros recibir el Bautismo, que sí nacimos con la mancha del pecado original. Al bautizarnos, recibimos la gracia santificante que borra de nuestra alma el pecado original. Además, nos hacemos hijos de Dios y miembros de la Iglesia. Al recibir este sacramento, podemos recibir los demás.
Para conservar limpia de pecado nuestra alma podemos acudir al Sacramento de la Confesión y de la Eucaristía, donde encontramos a Dios vivo.
Hay quienes dicen que María fue una mujer como cualquier otra y niegan su Inmaculada Concepción. Dicen que esto no pudo haber sido posible, que todos nacimos con pecado original. En el Catecismo de la Iglesia Católica podemos leer
acerca de la Inmaculada Concepción de María en los números 490 al 493.
El alma de María fue preservada de toda mancha del pecado original, desde el momento de su concepción.
María siempre estuvo llena de Dios para poder cumplir con la misión que Dios tenía para Ella.
Con el Sacramento del Bautismo se nos borra el pecado original.
Dios regala a cada uno de nosotros las gracias necesarias y suficientes, para que podamos cumplir con la misión que nos ha encomendado.
¡Virgen María, Madre Inmaculada, ruega por nosotros!
Autor: Tere Fernández
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El Espíritu Santo, nuestro guía en Adviento
Únicamente los sencillos pueden reconocer la voz del Espíritu Santo en su interior, sólo ellos son capaces de dejarse guiar por Él.
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Durante el Adviento no podemos olvidar la presencia del Espíritu Santo que primero actúa profetizando la venida del Mesías, y después, en Jesucristo. Esto es para nosotros una muy especial indicación por parte de Dios Nuestro Señor de que las necesidades que posee el hombre sólo pueden realizarse desde una perspectiva: la del Espíritu Santo. Sin embargo, tampoco podemos olvidar que esto únicamente es posible para el alma que se convierte en dócil instrumento del Espíritu Santo, pues es Él quien nos permite ir llegando con paso firme a todas y cada una de las metas que Dios nos va poniendo a lo largo de la vida. No estamos solos, el Señor no nos abandona. La presencia de Jesucristo en nuestras vidas no es nada más una compañía, es también una guía, una luz. Y nunca olvidemos que esta iluminación quien la realiza es el Espíritu Santo.
El profeta Isaías nos habla de un momento, en los tiempos mesiánicos (cuando venga el Mesías), en que todo será paz, y cómo el Espíritu de Dios colmará el mundo. Dice el Profeta: “Nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi santo Monte, porque la Tierra estará llena de conocimiento de Yahveh, como cubren las aguas el mar”.
En la Encarnación es el Espíritu Santo el que cubre con su sombra a la Santísima Virgen para que sea engendrado el Hijo de Dios. Y es también el Espíritu Santo el que, cada vez que queremos tener a Cristo en nuestra alma, se hace presente para construir en nosotros la presencia, la vida de Cristo. El Espíritu Santo es el Santificador, es el que realiza en el alma la función de dar vida en el Señor. Es Él quien nos aconseja, guía e ilumina, fortaleciéndonos para que el mensaje que la Navidad viene a traer a nuestras almas se pueda cumplir.
En este Adviento, en este camino hacia la Navidad, hacia la presencia plena de Cristo en nuestra alma, no estamos guiados por una estrella, estamos guiados por el Espíritu de Dios Nuestro Señor. Esto tiene que ser para nosotros una grandísima certeza, tiene que darnos una gran paz y una gran serenidad. Sin embargo, exige de nosotros un entrenamiento que consiste en aprender a escuchar lo que el Espíritu Santo va diciendo a nuestra conciencia, el someter nuestro juicio a lo que Él nos va pidiendo y el ser capaces de amar el modo concreto con el cual va educando nuestro corazón.
Únicamente los sencillos pueden reconocer la voz del Espíritu Santo en su interior, sólo ellos son capaces de dejarse guiar por Él. Si tuviéramos dentro de nosotros esta presencia constante del Espíritu Santo podríamos participar de la acción de gracias que Jesucristo hace al Padre: “Te doy gracias Padre del Cielo y de la Tierra, porque has revelado estas cosas, no a los sabios y entendidos, sino a los sencillos”.
¡Cuántas veces nuestra forma de ver las cosas y nuestros juicios son los que gobiernan nuestras vidas! ¡Cuántas veces pretendemos entender todas las cosas según la cuadrícula de nuestra sabiduría, y nos olvidamos que la sabiduría de Dios es la que tiene que regir nuestra vida!
Cuando leemos las profecías de Isaías, donde aparece el lobo habitando con el cordero, la pantera con el cabrito, el novillo y el león pastando juntos, podría aparecer la pregunta: ¿Todo eso existe? ¿Es un sueño o es una realidad? Lo que el profeta nos está diciendo es que aun aquello que parece imposible al hombre, que en la lógica humana jamás podría llegar a darse, el Espíritu Santo lo puede realizar.
En este Adviento, aprendamos a romper las lógicas humanas, a deshacer nuestras cuadrículas, nuestras formas de ver muchas situaciones, de vernos, incluso, a nosotros mismos. Dejemos a un lado tantas y tantas cosas que clasifican nuestra existencia de una manera determinada y que, en definitiva, la alejan de Dios. Permitamos al Espíritu Santo hablar en nuestra vida, guiarnos e inspirarnos. No es tan difícil, es cuestión de aprender a escuchar, de no hacer ruido en nuestra alma, de ponernos delante de Dios y no oír otra cosa más que a Él, para que nada interrumpa esa comunicación de amor entre Dios y cada uno de nosotros.
Nuestro corazón debe estar dispuesto a escuchar a Dios, para que este tiempo de Adviento, en el que se produce la mayor alegría para el hombre, que es el encuentro con el Señor, no pase con las hojas del calendario, sino que sea un tiempo que permanezca en el corazón. Con una gran apertura interior, permitámosle al Espíritu Santo hablar, para así poder ir quitando todo aquello que nos impiden tener paz en el alma, junto a Cristo en Belén.
El profeta Isaías nos dice: “Aquel día, la raíz de Jesé se levantará como bandera de los pueblos, la buscarán todas las naciones”. ¿Hay en mi alma avidez de Dios? ¿Hay en mi corazón sed de este Cristo, que es la raíz de Jesé? ¿Hay en mi interior el anhelo de encontrarme con Jesús? Si no lo hay, permitamos que el Espíritu Santo vaya cambiando nuestro corazón hasta que Él lo llene. Y pidámosle que en este período de Adviento, Él vaya transformando nuestra existencia de tal manera que nunca nos sintamos solos, para que se pueda cumplir en nosotros la profecía de que somos dichosos porque vemos la presencia de Cristo en nuestra vida, vemos su influjo en la sociedad: “Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis”.
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¿Una Navidad sin Cristo o un Cristo sin Navidad?
Cristo vino porque Dios nos ama y porque quiere hacer sentir su amor entre nosotros. Yo me siento orgulloso porque mi Buen Padre Dios me ama.
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Cristo en su Navidad es el puente tendido por Dios para acercarse a los hombres que él ama
Cuentan que dos hermanos Roger y Alfonso cuyos terrenos colindaban, divididos sólo por un caudaloso río, un día tuvieron un altercado muy grande, al grado que Alfonso el hermano mayor quedó fuertemente resentido. Llamó éste a un carpintero, le narró lo del enojo con su hermano, le indicó que estaría de viaje por algún tiempo y señalando los límites del terreno, le indicó que cerca del granero había suficiente madera, para que hiciera algo, porque no quería volver a ver por mucho tiempo a su hermano.
El tiempo pasó, y a su vuelta, lo primero que hizo fue ir hasta el límite de sus terrenos, y se encontró con gran sorpresa de su parte, que el carpintero había construido precisamente un puente en el río que separaba su terreno del de su hermano. Y más grande fue su sorpresa, al darse cuenta de que su hermano Roger estaba cruzando el puente con paso firme y decidido y cuando estuvo cerca, lo abrazó efusivamente y le manifestó que cuando comenzaron a construir el puente, él percibió la señal del perdón de su hermano, y que ahora que él, Alfonso volvía, quería manifestarle su vergüenza por haberlo ofendido y quería pedirle perdón por la ofensa cometida.
La fábula no es lo mejor para situarnos, pero así quiero imaginarme hoy la llegada del Hijo de Dios, Jesucristo, hasta nuestra carne, hasta nuestra morada, convirtiéndose él mismo en el puente que uniría para siempre a nuestra humanidad caída, pecadora, desquiciada por su propio pecado, al Padre que dolorido, vio que el hombre, su creación máxima, en quien había puesto todo su amor y todo su cariño al crearle al frente de todo el universo, se le escapaba de sus manos.
Los teólogos dicen que Cristo vino a causa de nuestro pecado, yo prefiero decir que Cristo vino porque Dios nos amaba y porque quería hacer sentir precisamente su amor entre nosotros. Yo me siento orgulloso porque mi Buen Padre Dios me ama, y estoy seguro de que si no hubiera habido ninguna otra persona en el mundo, por mí y por ti, Cristo Jesús se habría encarnado. De hecho hay quien afirma que la Creación no estaría completa sin la venida de Cristo al mundo. Así, Cristo Jesús llega a ser entonces el culmen de la obra de la Creación, y cuando éste se encarna en María, la Madre del Señor, todo está listo para la redención del género humano.
Para esta Navidad me había propuesto ser sumamente breve, para dar espacio a que en el interior del corazòn, cada uno de nosotros sepamos acoger el misterio de todo un Dios que quiere hacerse hombre entre los hombres para llevarlos hacia él. Reciban tres consideraciones.
Primera: Es interesantísimo como San Mateo y San Lucas construyen artificiosamente pero con todo realismo, la genealogía de Cristo. Hay que caer en la cuenta de cómo los evangelistas tuvieron buen cuidado de situar perfectamente a Cristo en la historia y en la geografía, y por eso hacen remontar a Cristo hasta situarlo como descendiente de Abraham e incluso de Adán, el primero de los mortales sobre la tierra, para indicarnos hasta el cansancio que él se convierte en el Salvador de todos los hombres. Y sorprende que en su genealogía, no se dieran a la tarea de “limpiar” los tipos indeseables y las mujeres que no aparecen en la Escritura como de lo mejor, así aparecen algunos incestuosos, adulterinos otros, y aparecen también cuatro mujeres, cosa inaudita, porque en la sociedad machista en que vivió, la mujer no tenia que ser situada para nada en una genealogìa, porque ella era solo la que “engendraba” para el hombre y nada más. Por cierto que esas mujeres, por lo menos tres de ellas, no tuvieron una conducta francamente recomendable. Y si se las nombra, es para que quede claro que siendo ellas pecadoras, le darán oportunidad a Cristo de venir a salvar a su pueblo de todos sus pecados, además, porque siendo ellas extranjeras, Cristo tendrá la oportunidad de decir que la salvación es para todos los hombres y no solo para los orgullosos hebreos, y finalmente, si se las cita es porque ellas realizaron hechos muy beneméritos para el pueblo de Israel, y quisieron situarse al lado de los que esperaban la promesa de un futuro salvador.
Segunda. Otra de las sorpresas que nos deparan los Evangelistas es que tratándose de un hecho tan singular que partió en dos la historia de los hombres, ellos le dediquen tan solo unos cuántos renglones. A nosotros nos hubieran gustado muchos de los detalles que rodearon el gran acontecimiento del Hijo de Dios que se hace hombre. Pero en cambio, se detienen a considerar que los primeros que conocen del nacimiento de Jesús son los pastores, considerados despreciables en ese tiempo, como símbolo de todos los hombres a los que Cristo viene a salvar. Ellos que recibieron la noticia del nacimiento del Salvador, confían en el Ángel que les invita a ir a buscarlo. Ellos le creen y encuentran al niño Dios en brazos de su Madre y lo aceptan como signo de Dios, confían en la palabra salvadora y glorifican al Señor ofreciendo sus propios dones. Es la actitud que se nos invita a adoptar en esta Navidad, conocer al Hijo de Dios, al hijo de María, amarlo con todas las fibras del corazón y comenzar a imitarle en su ternura y su predilección por los más pequeños de los hombres.
Tercera. Si vemos que los evangelistas conceden tan poco espacio al acontecimiento ocurrido en la oscura aldea de Belén, tiene que ser por alguna razón poderosa, y en ese sentido el que nos da la clave es el Apóstol San Juan, que en el prólogo de su Evangelio, nos sitúa ante el Cristo con las verdaderas dimensiones del Hijo de Dios.
San Juan nos va a situar a Cristo como el que tiene la Palabra, el que ES la Palabra, para responder a aquellos que piensan en un Dios lejano, ocupado en sus propias cosas, y casi como un perro mudo que tiene nada que decir a los hombres. Él es el que viene a dar respuesta a ese gran sector de la población que crece día con día, de hombres ateos, haciéndoles sentir la cercanía de un Dios que tiene muchas cosas que decir, que va a explicarnos nuestra vida y nuestra incorporación al Dios que tiene en Cristo un nombre, una historia, una geografía, un corazón para amar y una salvación que ofrecer. San Juan nos hablará entonces de Cristo visto como el Verbo, la Vida, la Luz, la Gloria y la verdad y sobre todo nos hablará de Cristo como el Resucitado, como el Cristo Pascual que invita a seguirlo rumbo al Padre.
Dime cómo celebras tu Navidad, y te diré que clase de cristiano eres.
Autor: P. Alberto Ramírez Mozqueda
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¿Ir a Misa sin sentirlo?
La Misa y los sentimientos:una confusión quizá demasiado extendida.
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Me preocupa haber encontrado no pocas personas a las que les han aconsejado -incluso algún sacerdote- no asistir a Misa el domingo si “no lo sentían”. De ser cierto estos consejos, significaría que el criterio moral para evaluar la conveniencia de la asistencia a Misa sería el siguiente: “Si lo sentís, tenéis el deber de ir a Misa; si no lo sentís no tenéis que ir (o al menos podrías no ir)”. Es un planteo que hace decisivos, desde el punto de vista moral, los sentimientos.
Si, con una pizca de ironía, nos colocamos en un contexto de buscar excusas para no ir a Misa, el asunto sonaría de tal manera que sentirse bien en Misa sería una carga, que me obliga a ir; y sentirse mal con la Misa, una fuerza liberadora del precepto. Ya se vé que hay algo que no funciona.
En efecto, si consideramos racionalmente la postura, nos daremos cuenta de que es sencillamente un disparate. Es lo que trataremos de analizar en estas líneas.
De entrada hay que decir que el criterio señalado es inaplicable. Para poder usarlo tendríamos que descubrir primero de qué sentimientos se trata: sentir ganar de ir a Misa, sentir emoción en Misa, aburrirse en Misa, sentir pereza, sentir simpatía o enojo con el sacerdote, sentir más ganas de otras cosas y un largo etcétera de posibles sentimientos. Una vez aclarado qué tipos de sentimientos aconsejarían no asistir a Misa; habría que preguntarse qué intensidad de sentimiento sería necesario para excusar de pecado o cometerlo.
De más está decir que todo este planteo carece de sentido.
Sabemos qué nos pide Dios en primer lugar: "Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu mente, con toda tu alma y con todas tus fuerzas". No nos pide buenos sentimientos, sino que amemos "con obras y de verdad".
La superficialidad del argumento usado como justificante del abandono de la práctica religiosa, supone además ignorar varias realidades:
• Desconocer el valor salvífico de la Misa más allá de los sentimientos de los asistentes.
• Desconocer el valor de la obediencia a las leyes de la Iglesia.
• Desconocer el sentido del deber.
• Desconocer el valor del sacrificio como expresión de amor.
• Desconocer la psicología humana, ya que si dejo de hacer cosas buenas -está fuera de discusión la bondad del sacrificio Eucarístico- que me cuestan, difícilmente tendré ganas de hacerlas después. Y menos de apreciarlas.
El valor de la Misa
El consejo sería válido si la única función de la Misa fuera suscitar en quienes participan buenos sentimientos. Si fracasara en tal intento -que sería su única razón de ser- efectivamente sería inútil, y no nos serviría para nada la asistencia a la misma.
Pero la Misa es una acción divina, que santifica al mundo. Hay en ella mucho más de lo que veo, de lo que toco, de lo que siento. De manera que la Misa me sirve mucho más de lo que puedo darme cuenta, es más, no sólo me sirve, la necesito para tener vida eterna.
Preceptos y sentimientos
En el caso de la Misa dominical hay en juego algo más que la piedad: un precepto de la Iglesia. Y el cumplimiento de las leyes va más allá de los sentimientos. En este caso, además, se trata de un precepto que obliga gravemente (es decir, que su incumplimiento, en principio, es grave). Un legislador jamás contemplaría entre las causas excusantes del cumplimiento de la ley la carencia de sentimientos: los sentimientos no tienen lugar en el ámbito jurídico porque no pueden ser medibles objetivamente.
Si una persona flaquea y por debilidad falta a Misa el domingo, con humildad pedirá perdón al reconocer su falta, y Dios lo perdonará. El problema aparece cuando se intenta justificar la falta, para que deje de ser falta. Entonces, se confirma en el camino del abandono del cumplimiento de sus deberes religiosos. Y esto, lejos de acercarlo al amor de Dios, lo alejará de su presencia.
La falta de sentimientos puede ser ofensiva
En las relaciones humanas, la falta de sentimiento no exime del cumplimiento de deberes familiares o sociales. Por el contrario, si ése es el motivo del incumplimiento, lo hace más ofensivo. Si no asisto a la celebración del cumpleaños de un amigo, seguramente podrá entender las razones que me lo impiden. Pero si me justifico diciendo que no me dice nada su persona y su celebración, lejos de excusarme, la explicación hará más dolorosa mi ausencia, la convertirá en un auténtico desprecio.
Me parece que a Dios lejos de agradarle que un cristiano no vaya a Misa porque no lo siente, le resulta más ofensivo. Y le “duele” que no haga ningún esfuerzo por superar esa falta de sentimiento para estar con El.
Sería muy egoísta la actitud de quien dejara de ir a Misa cuando deja de “sentir”: como si sólo buscara “sentirse bien” y cuando no lo consigue, la abandonara porque “ya no me sirve”. No vamos a Misa a sentirnos bien, sino a participar del mayor acto de amor de Dios por los hombres; no vamos a pasárnoslo bien, sino a dar Dios el culto que merece ofreciéndole nada menos que la entrega de Cristo y a buscar la gracia que necesitamos para ser buenos hijos de Dios. El valor de esto está mucho más allá de lo que yo pueda sentir.
A Dios no le molesta que no sienta nada. El sabe bien cómo es mi estado interior. Quiere que lo ame, incluso cuando mis sentimientos no me facilitan ese amor.
La solución verdadera
Quizá sea cierto que la mayor parte de la gente que deja de ir a Misa, lo haga por motivos “afectivos”: no siente nada, se aburre, no tiene ganas. Tienen fe, dicen amar a Dios, pero no los llena, no sienten nada. Y es la mayor donación de Dios a los hombres. Es una lástima, pero está muy lejos de justificar la falta de práctica religiosa.
Quienes están en esta situación tienen un problema, y tendrían que buscar cómo resolverlo. Quizá deberían plantearse que la Misa no tiene la “culpa”. Que la solución no es dejar de asistir, sino intentar que les diga algo, entenderla mejor, vivirla con más intensidad. Dejar de ir a Misa es la peor de todas las “soluciones” posibles a su falta de sentimientos, porque no soluciona nada. Nunca “gracias” a dejar de participar en la Misa conseguirán amar más a Dios, y sentir más intensamente ese amor.
Quien ama se lo pasa bien con el amado, pero no es eso lo que busca (el amor egoísta se busca a sí mismo). Quien busca dar gloria a Dios, sabe prescindir de sus sentimientos: busca agradarlo, aunque no saque nada de provecho personal.
Conclusión
Si faltas a Misa los domingos, por favor, no te justifiques diciendo que no te dice nada. No te excusará delante de Dios. Resulta evidente que a quien nos pide como primer mandamiento que lo amemos, no puede resultarle indiferente que le digamos que no sentimos nada por su compañía.
Si escuchas a alguien razonar de esta manera, decirle que lo piense mejor, porque es un razonamiento que carece de lógica por donde lo consideres.
Por otro lado, y para terminar, si ha habido tantas almas enamoradas de la Eucaristía, será que algo tiene, y habrá que ponerse en campaña para descubrirlo. Es todo un desafío.
Autor: P. Eduardo Volpacchio
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Empezar a prepararnos para Navidad y la vida eterna…
Dejemos de poner nuestro corazón en las cosas pasajeras y pensemos más en los bienes eternos.
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Estamos en tiempo de Adviento Es el tiempo santo de preparación que la Iglesia Católica celebra desde el principio de los cuatro domingos anteriores a la Navidad.
Siempre que vamos a tener un gran acontecimiento en nuestras vidas, nos preparamos. Así se preparaban en los tiempos antiguos para la llegada del MESÍAS.
Así nosotros hemos de prepararnos para esta Nochebuena, para esta Navidad en que celebraremos la llegada del Niño-Dios.
Esto es una conmemoración pero también se nos pide una preparación muy especial para la segunda llegada de Jesucristo como Supremo Juez, también llamada Parusía en la que daremos cuenta del provecho que hayamos sacado de su Nacimiento y de su muerte de Cruz.
El día en que hemos de morir es el acontecimiento más grande e importante para el ser humano. No resulta agradable hablar de ello ni pensar en esto. Tal vez por ser lo único cierto que hay en nuestra vida: la muerte. Es más agradable quedarnos en la fiesta, en la alegría de una hermosa Navidad.
Pero no olvidemos que este episodio ya fue. El otro está por venir. Aún no llega, pero… llegará. Velen, pues, y hagan oración continuamente para que puedan comparecer seguros ante el Hijo del HombreJuan 21, 25-28,34-36. Estas son las palabras de Jesús a sus discípulos, en aquellos tiempos y nos las está repitiendo continuamente en nuestro presente.
Dejemos de poner nuestro corazón en las cosas pasajeras y pensemos más en los bienes eternos. ¿Quién podrá comparecer seguro ante el Hijo del Hombre? Tan solo el pensamiento de este Juicio nos hace estremecer.
Pero recobremos la esperanza sabiendo que seremos juzgados con gran misericordia y amor si en este tiempo de Adviento nos preparamos rebosante de amor mutuo y hacia los demás como dice San Pablo en su carta a los tesalonicenses, porque tuve sed y me disteis de beber, porque tuve hambre y me disteis de comer…
Pensemos en los demás. Olvidemos en este tiempo de Adviento nuestro "pequeño mundo" y volvamos los ojos a los que nos necesitan, a los que nada tienen, a los que podemos hacer felices dándoles nuestra compañía, nuestro amor y apoyo, una palabra de ternura y aliento, una sonrisa… Siempre está en nuestra mano hacer dichoso a un semejante. Solo así podremos estar seguros ante la presencia y el Juicio de Nuestro Señor Jesucristo que lleno de amor y misericordia unirá a nuestras pobres acciones los méritos de su pasión y muerte.
Autor: Ma Esther De Ariño
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¿Qué árbol vas a poner esta Navidad?
Decorar el árbol tiene el sentido de una gran esperanza, la de la redención, la de sentirse amado por Dios.
Es tradición decorar árboles en este periodo del año. Sin embargo, la forma de hacerlo para los ateos y los cristianos es muy diferente.
¿Qué puede esperar cada uno de ellos en esta navidad?
El árbol del conocimiento
Margaret Downey, presidente de “Atheism Alliance International”, junto con un grupo de miembros librepensadores, han preparado en Filadelfia un hermoso pino que adornaron con portadas de libros. El árbol del conocimiento: “The knowledge tree”. Esta iniciativa buscaba expresar su amor al conocimiento y su amor al periodo invernal.
André Frossard, ateo, escéptico e indiferente, hijo de un marxista que llegó a ser secretario general del partido comunista en Francia, se declaraba un ateo perfecto. Él comentaba: “Dios no existía. El cielo estaba vacío y la tierra era una combinación de elementos químicos. Era el ateo perfecto, no porque negaba la existencia de Dios, sino porque simplemente ni siquiera me ponía el problema de la existencia de Dios”. Para Frossard, adornar un árbol del conocimiento durante la navidad no tendría sentido. Dice, contando su experiencia: “vivíamos una navidad sin recuerdos religiosos, una navidad que no era fiesta de nadie. Dios no existía”. Antes de su conversión, por una gracia especial de Dios, la navidad no tenía un sentido. “Los hombres éramos una fraternidad de huérfanos que no teníamos un padre en común como las religiones tradicionales”.
La visión atea afronta este periodo sin una esperanza o con expectativas meramente humanas. Por ello, se adornan árboles pensando sólo en lo terreno. Por el contrario, la visión cristiana ofrece otra perspectiva desde la cual se puede vivir esta Navidad. Los árboles navideños tienen otro simbolismo que se manifiesta con una esperanza más plena, más profunda.
El árbol de la vida
Los cristianos no somos huérfanos y, en Jesucristo, somos hermanos. Para los creyentes, Cristo es el árbol de la vida y todos aquellos que creen en Él, viven unidos a Él y participan de la vida. Entonces la Navidad, el árbol, la fiesta, tienen el sentido de una esperanza más grande, la de la redención, la de sentirse amados por Dios.
El Papa Benedicto XVI lo recordó en su reciente encíclica: “No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor. La gran esperanza del hombre sólo puede ser Dios, el que nos ha amado y que nos sigue amando hasta el extremo” (Spe Salvi nn. 26-27).
La Navidad es la fiesta de la encarnación. Para nosotros, continúa el Papa: “Dios es el fundamento de la esperanza, el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo. Su amor es para nosotros la garantía de que existe aquello que esperamos en lo más íntimo de nuestro ser: la vida que es realmente vida” (Spe Salvi n. 31).
En esta preparación para la Navidad, cada uno de nosotros es responsable de poner su árbol y de adornarlo con aquello que llene mejor los deseos profundos de su corazón.
Autor: Laureano López, L.C
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Si sufres… pon los ojos en Cristo
Si comprendiéramos todo lo que dice a nuestros corazones, se nos harían suaves nuestros sufrimientos
San Felipe Benicio en su lecho de muerte exclamaba:”¡Denme mi libro!…”
Los que estaban en su habitación le daban uno tras otro pero él seguía diciendo:”¡Denme mi libro!”.
Notando que fijaba sus ojos en el crucifijo se lo dieron:
”Este sí es mi libro-exclamó-; en él he leído muchas veces y con él quiero terminar mi vida”.
"Tenemos un medio de dulcificar nuestras penas: es un crucifijo. Si comprendiéramos todo lo que dice a nuestros corazones, se nos harían suaves nuestros sufrimientos; de los pies del Crucificado siempre nos levantamos consolados".( Santa Sofía Barat).
Todo el que sufre necesita poner los ojos fijos en Aquel que con sus sufrimientos da valor, energía, consuelo y paz. El mira con amor al que muere y al que ha perdido algún ser querido.
Muchas veces la muerte nos sacude la fe. Aunque ésta no nos protege contra el dolor, sin embargo nos da fuerzas para aceptar los golpes. Es la confianza en Dios Padre, quien está siempre presente en todos los momentos de nuestra existencia, la que nos da fuerzas para encontrar paz y fortaleza. Cuando vemos que un ser querido ha partido a la casa del Padre, su espíritu, su vida, su presencia se hace más fuerte que cuando estaba físicamente con nosotros. En nuestro interior escuchamos sus palabras que nos alientan y reaniman a ser menos egoístas, más comprensivos y a gastar y desgastar nuestra vida, por la causa del Reino.
La tribulación no tiene que destruirnos, sino hacernos mejores; el dolor no tiene que hacernos duros y solitarios, sino tiene que transformarnos en personas solidarias para lanzarnos a ayudar a los menesterosos. La conciencia de sentirnos útiles tiene que devolvernos el sentido y valor auténtico de la vida.
"Algo se muere en el alma cuando un amigo se va", canta una sevillana. Mucho queda en nosotros del ser querido que partió. Cada amigo que adquiere la residencia eterna, podría recomendarnos como el poeta Ricki:" Sé paciente con todo lo que queda sin resolver en tu corazón. Trata de amar tus mismas preguntas. No busques las respuestas que no se pueden dar, porque no serás capaz de vivirlas. Vive tus preguntas porque tal vez, sin notarlo, estás elaborando gradualmente las respuestas".
"Padre nuestro que sufres y lloras con los que sueñan y mueren en sus sueños.
Padre nuestro que estás en la tierra con los que seguimos, fatigados, tus senderos.
Padre nuestro que amas la vida y alimentas con bondad a los pequeñuelos.
Danos tu fuerza que transforme la tierra.
¡Embríaganos con tu vino nuevo!”.
Autor: P. Eusebio Gómez Navarro OCD
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Este domingo es el día de Cristo Rey
Jesús, un Reino que los hombres no entendemos, porque lo que tu viniste a enseñar no está en el exterior sino en lo más profundo de nuestro corazón.
Ante ti, Señor una vez más. Ante ti, que siempre estás ahí para escucharme para infundir calor a mi corazón muchas veces indiferente y frío. Más frío que estas tardes del ya cercano invierno. Pero hoy quiero que hablemos, no del cercano invierno, sino del cercano día en que vamos a festejar tu Día. Señor, el DÍA DE CRISTO REY.
El Padre Eterno, como tu nos enseñaste a llamarle a Dios, es el Rey del Universo porque todo lo hizo de la nada. Es el Creador de todo lo visible y de lo invisible, pero…¿cómo podía este Dios decírselo a sus criaturas, cómo podría hacer que esto fuese entendido?…. pues simplemente mandando un emisario.
No fue un ángel, no fue un profeta, fuiste tu, su propio HIjo, tu, Jesús.
Como nos dice San Pablo : - "Fue la propia imagen de Dios, mediador entre Este y los hombres y la razón y meta de toda la Creación. Él existe antes que todas las cosas y todas tienen su consistencia en Él. Es también la cabeza del cuerpo, que es la Iglesia católica. Es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que sea el primero en todo". Así se expresa San Pablo de ti, Jesús mío y en esa creencia maravillosa vivimos.
Cuando fuiste interpelado por Pilato diste tu respuesta clara y vertical : - "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos… PERO MI REINO NO ES DE AQUÍ". Entonces Pilato te dijo :-" Luego..Tu eres rey". Y tu Jesús, respondiste : - "Si, tu lo dices, SOY REY. Para esto he nacido yo y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la Verdad, escucha mi voz. (Jn 18,36-37).
Jesús… tu hablabas de un Reino donde no hay oro ni espadas, donde no hay ambiciones de riquezas y poder. Tu Reino es un reino de amor y de paz.
Un Reino que los hombres no entendieron y seguimos sin entender porque lo que tu viniste a enseñar no está en el exterior sino en lo más profundo de nuestro corazón.
Pertenecer a este Reino nos hace libres de la esclavitud del pecado y de las pasiones. Pertenecer a este Reino nos hace súbditos de un Rey que no usa la ley del poder y del mando sino del amor y la misericordia.
Diariamente pedimos "venga a nosotros tu Reino"…. y sabemos que en los hombres y mujeres de bien, ya está este Reino, pues el "Reino de Dios ya está con nosotros" (Lc.17, 20-21).
Este domingo 22 de noviembre la Iglesia celebra a "CRISTO REY". A ti, Jesús, que pasaste por la Tierra para decirnos que " Reinar es poder servir y no servirse del poder" Que viniste para ayudar al hombre y bajar hasta él, morir con él y por él, mostrándonos el camino hacia Dios.
¡VENGA TU REINO, SEÑOR!
¡Viva Cristo Rey!
Autor: Ma Esther De Ariño
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En el corazón del cristianismo: la alegría
El cristiano vive con una alegría profunda, porque sabe que Dios nos ofrece un don inmenso,nos ha abierto las puertas de los cielos.
La fe católica arranca desde una experiencia, desde un encuentro, desde una certeza: Dios ha intervenido en la historia humana, Cristo es el Salvador del mundo.
No somos defensores de un sistema ético más o menos perfecto. No somos herederos de tradiciones humanas, con sus luces y con sus sombras. No somos simples evocadores de una doctrina surgida desde el judaísmo y plasmada a lo largo de los siglos en el Credo y en los concilios.
Somos seguidores de Jesús de Nazaret, verdadero Dios y verdadero Hombre, Señor y Salvador del mundo.
Hay, en el corazón del cristianismo, una certeza profunda: Dios ha intervenido en la historia humana, Dios ha enviado al Mesías, Dios ha abierto las puertas de los cielos, Dios ha ofrecido el perdón a los pecadores, Dios nos invita a ser hijos en el Hijo.
Por eso el cristiano vive con una alegría profunda, porque sabe que Dios nos ofrece un don inmenso.
Benedicto XVI lo explicaba así: “dentro de nosotros debería surgir nuevamente la alegría por el hecho de que Dios nos haya mostrado gratuitamente su rostro, su voluntad, a sí mismo. Si esta alegría resurge entre nosotros, tocará también el corazón de los no creyentes” (Benedicto XVI, homilía, 30 de agosto de 2009).
Se trata de una alegría que hace a los católicos convincentes y misioneros, como subrayaba el Papa en la homilía antes citada: “donde esta alegría está presente, ésta -aun sin querer- posee una fuerza misionera. Suscita, de hecho, en los hombres la pregunta de si no está verdaderamente aquí el camino, si esta alegría no lleve efectivamente a las huellas del mismo Dios”.
Los hombres necesitan descubrir la gran verdad cristiana: Cristo ya vino al mundo. Nos toca a los bautizados testimoniarlo, desde la alegría humilde de quienes acogen y viven un don maravilloso y transformante.
Autor: P. Fernando Pascual LC
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Para no dejar de hacer lo bueno
No podemos dejar escapar una ocasión inmediata de hacer el bien con el engaño de que miramos a cosas más grandes y más buenas.
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Deseamos mejorar el mundo, extirpar las injusticias, aliviar dolores, eliminar el hambre, curar la malaria, y tantas otras cosas buenas.
Soñamos muchas cosas buenas. Pero luego, en la vida cotidiana, no somos capaces de barrer el pasillo de casa, limpiar los platos, ayudar a recoger la comida, llamar por teléfono a un familiar o amigo necesitado de consuelo.
Es un peligro que nos acecha a todos: queremos hacer grandes cosas, pero no somos capaces de empezar cosas pequeñas.
Desde luego, vale la pena todo esfuerzo por participar en proyectos grandes. Pero lo grande inicia con actos de voluntad en lo pequeño. Como decían los antiguos: nada se convierte en alto de modo repentino, los edificios altos se levantan poco a poco.
No podemos vivir de sueños ni de buenas intenciones. Hay que ir a lo concreto, a lo cercano, a lo que está en nuestras manos.
No podemos dejar escapar una ocasión inmediata de hacer el bien con el engaño de que miramos a cosas más grandes y más buenas. Al final, como advierte santa Teresa de Jesús, no haremos ni lo uno ni lo otro.
En el Reino de los cielos no entra el que llena su boca de grandes exclamaciones y repite “¡Señor, Señor!”, sino el que pone en práctica los consejos que nos ofrece Jesucristo y se pone a trabajar (cf. Lc 6,46-49).
Con uno, cinco o diez talentos (no importa si podemos poco o si podemos mucho) hoy tenemos ante nosotros un día magnífico, lleno de ocasiones concretas para vivir el Evangelio, para aprender que el primero en el Reino de los cielos es aquel que vive como servidor alegre y generoso, en lo grande y en lo pequeño (cf. Mt 25,14-30).
Autor: P. Fernando Pascual
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El verdadero rostro de Cristo
Él es verdadero Dios y verdadero hombre, fue crucificado y resucitado por el Padre. ¿Sería lo mismo para mí si no se hubiera hecho hombre?
Autor: P. Juan Carlos Ortega | Fuente: Catholic.net
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