TEMAS
1)Falta de apetito
2)Señor... ¿por qué nos amas tanto?
Falta de apetito
Una de las señales del pecado es la falta de ardor en la búsqueda de lo más perfecto. Es una especie de "inercia" espiritual que no puede ser radicalmente vencida sino con la llegada de un fuego que no os pertenece pero que sí necesitáis. Por eso se le llama "Fuego del Cielo," y no es otro que el Don del Espíritu Santo.
Tú sabes bien que la tragedia del hombre no es carecer de alimento sino perder el apetito. El alimento de la inteligencia es la verdad y el alimento de la voluntad es el bien. Si una persona tiene hambre de verdad y de bien, se pondrá en camino, Dios le saldrá al encuentro y llegará a salvarse. Pero, ¿qué hacer con los que se sienten saciados? ¿No te parece entender ahora mejor las palabras de Nuestro Señor: «¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre» (Lc 6,25)?
Tu tiempo y tu mundo padecen a la vez de opulencia que hastía y de indigencia que desespera. Son dos desgracias paralelas, dependientes la una de la otra. Ese bocado que hace vomitar al rico y que le fue negado al pobre los mata a los dos. ¿Quién te parece que esté detrás de semejante máquina de muerte, sino Satanás?
Mira a ese miserable que no sabe qué hacer con su vida y desperdicia su tiempo cavilando en torno a sí mismo hasta marearse. Mira a su lado a otro mísero, hambriento de escucha y ayuda, tan urgido de ese tiempo que al otro le sobra. Ambos desesperados, ambos angustiados, ambos abocados a la muerte. Un disparo que mata a dos; una jugada del infierno.
Vuelve tus ojos y descubre ahora a ese pensador que quiere descubrir la entraña de la realidad a espaldas de la realidad que no le gusta, porque le obliga. Observa cómo escribe un libro con todo lo que no ha podido encontrar y lo pone a un precio que jamás alcanzarán los desvalidos y menesterosos que podían iluminarle la ruta hacia su verdadera miseria y su radical indigencia. Ese libro, esa teoría, ese pensamiento, es ahora una barrera que separa al pensador y al pobre, y que logra, para regocijo de las tinieblas, que, a uno y otro de sus lados, mueran sin entender nada el intelectual y el ignorante.
El mundo se volverá a unir si tus ojos, y muchos otros ojos, pueden verlo de otra manera. La verja fue pensada y plantada primero con los ojos, antes que con las manos, el hierro o las estacas. Las fronteras nacen todas en la mente humana, y detrás de ellas los muros de odio, exclusión, resentimiento y muerte.
Ven, te pido, dame tus ojos. Déjalos reposar en la serena contemplación de aquella gracia en la que «ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gál 3,28). Deja que lloren de júbilo viendo cómo «Él, Jesucristo, es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad» (Ef 2,15).
Hay que darle hambre a la boca de ese rico y alimento a la boca de ese pobre. Ayune, pues, el rico, y comparta de sus bienes. No ayune para hartarse de su vanidad espiritual, sino para servir y amar a Cristo en su hermano. Y que ese pobre averigüe de qué es rico, y haga su propio ayuno, de modo que todo bien creado esté siempre como recién salido de las manos generosas de Dios Padre.
Hay que darle rostros a ese pensador, y buenas ideas a los hombres llenos de preguntas y desconcierto. Sea todo intelectual un manantial que esparce sus hallazgos con sencillez, generosidad y pureza; sea todo hombre un discípulo de la Verdad siempre más alta, un estudiante de la Belleza sublime.
¿Y tú? Duélete de lo que no has dado; llora por lo que no has entregado, y enmiéndate, de modo que la magnificencia divina tenga en ti un aliado y no un estorbo. Así serás feliz y bueno. Y yo me alegraré contigo. Dios te ama; su amor es eterno.
Fr. Nelson Medina
Tú sabes bien que la tragedia del hombre no es carecer de alimento sino perder el apetito. El alimento de la inteligencia es la verdad y el alimento de la voluntad es el bien. Si una persona tiene hambre de verdad y de bien, se pondrá en camino, Dios le saldrá al encuentro y llegará a salvarse. Pero, ¿qué hacer con los que se sienten saciados? ¿No te parece entender ahora mejor las palabras de Nuestro Señor: «¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre» (Lc 6,25)?
Tu tiempo y tu mundo padecen a la vez de opulencia que hastía y de indigencia que desespera. Son dos desgracias paralelas, dependientes la una de la otra. Ese bocado que hace vomitar al rico y que le fue negado al pobre los mata a los dos. ¿Quién te parece que esté detrás de semejante máquina de muerte, sino Satanás?
Mira a ese miserable que no sabe qué hacer con su vida y desperdicia su tiempo cavilando en torno a sí mismo hasta marearse. Mira a su lado a otro mísero, hambriento de escucha y ayuda, tan urgido de ese tiempo que al otro le sobra. Ambos desesperados, ambos angustiados, ambos abocados a la muerte. Un disparo que mata a dos; una jugada del infierno.
Vuelve tus ojos y descubre ahora a ese pensador que quiere descubrir la entraña de la realidad a espaldas de la realidad que no le gusta, porque le obliga. Observa cómo escribe un libro con todo lo que no ha podido encontrar y lo pone a un precio que jamás alcanzarán los desvalidos y menesterosos que podían iluminarle la ruta hacia su verdadera miseria y su radical indigencia. Ese libro, esa teoría, ese pensamiento, es ahora una barrera que separa al pensador y al pobre, y que logra, para regocijo de las tinieblas, que, a uno y otro de sus lados, mueran sin entender nada el intelectual y el ignorante.
El mundo se volverá a unir si tus ojos, y muchos otros ojos, pueden verlo de otra manera. La verja fue pensada y plantada primero con los ojos, antes que con las manos, el hierro o las estacas. Las fronteras nacen todas en la mente humana, y detrás de ellas los muros de odio, exclusión, resentimiento y muerte.
Ven, te pido, dame tus ojos. Déjalos reposar en la serena contemplación de aquella gracia en la que «ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gál 3,28). Deja que lloren de júbilo viendo cómo «Él, Jesucristo, es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad» (Ef 2,15).
Hay que darle hambre a la boca de ese rico y alimento a la boca de ese pobre. Ayune, pues, el rico, y comparta de sus bienes. No ayune para hartarse de su vanidad espiritual, sino para servir y amar a Cristo en su hermano. Y que ese pobre averigüe de qué es rico, y haga su propio ayuno, de modo que todo bien creado esté siempre como recién salido de las manos generosas de Dios Padre.
Hay que darle rostros a ese pensador, y buenas ideas a los hombres llenos de preguntas y desconcierto. Sea todo intelectual un manantial que esparce sus hallazgos con sencillez, generosidad y pureza; sea todo hombre un discípulo de la Verdad siempre más alta, un estudiante de la Belleza sublime.
¿Y tú? Duélete de lo que no has dado; llora por lo que no has entregado, y enmiéndate, de modo que la magnificencia divina tenga en ti un aliado y no un estorbo. Así serás feliz y bueno. Y yo me alegraré contigo. Dios te ama; su amor es eterno.
Fr. Nelson Medina
Señor... ¿por qué nos amas tanto?
Ante ti, Señor, pongo mis ojos en esa pequeña puerta, que esconde la grandeza de un amor infinito como infinita es tu bondad, infinita tu paciencia e infinita tu humildad. ¿Por qué, Señor?...¿Por qué nos amas tanto?
No es posible saber de tu espera eterna en todos los Sagrarios de este mundo, y no sentir la nada que somos, lo poco que merecemos, el fardo que cargamos tan pesado de nuestros errores y faltas, de lo poco que valemos... pero ya ves, Jesús, el saber que estás ahí, me obliga a pensar que si valemos mucho, porque si nos amaste y nos amas hasta dar tu vida por nosotros pues... ¡si que debemos de valer!.
Y al pensar en esto me dan ganas de llorar por lo mal que te correspondemos, lo mezquinos y tacaños que somos para todo lo concerniente a tu sagrada persona....horas y horas ante la televisión, ante la "ventanita" de Internet, tardes enteras de cine, de café, de espectáculos, a veces con grandes sacrificios de filas y de dinero para verlos.... todo, todo lo damos, todo nos parece poco para asistir o lograr aquello que nos interesa y seduce....
Pero para ti, Señor, apenas y nos detenemos un instante ante tu figura de Dios hecho hombre muriendo en una cruz con los brazos abiertos para esperarnos y redimirnos.... ¡Qué poco tiempo para tí, Señor!.
Los días trascurren... mañana, tarde y noche y vuelta a lo mismo... ni un pequeño rato, a veces ni un minuto para ti y cuando llega el domingo, que es el Día del Señor, tu Día, si es que nos late entramos al Templo donde tu estás, siempre esperando.... ¡y que larga es la media hora de la misa!.
Estamos empezando los cuarenta días que nos llevarán a desembocar en la Semana de los mayores tormentos que se le pueden infligir a un ser humano, pero aún peor a un Dios que por amor acepta libre y voluntariamente todo eso y más, hasta la muerte. ¿Nos paramos, en nuestro loco correr, para pensar un pequeño instante en esto?
¡Cómo desearías que esto ocurriera, Señor!.
Quizá nunca nos confesamos de este desamor, de esta gran indiferencia....
Como un acto de desagravio, a tanta frialdad y olvido, recordamos el Salmo 50:
"Misericordia, Señor, hemos pecado."
Por tu inmensa compasión y misericordia,
Señor, apiádate de mi y olvida mis ofensas.
Lávame bien de todos mis delitos y purifícame de mis pecados
Puesto que reconozco mis culpas, tengo siempre presentes mis pecados. Contra ti solo pequé, Señor, haciendo a lo que a tus ojos era malo.
Crea en mi, Señor, un corazón puro, un espíritu nuevo para cumplir tus mandamientos. No me arrojes, Señor, lejos de ti, ni retires de mi tu santo espíritu.
Devuélveme tu salvación, que regocija, y mantén en mi un alma generosa. Señor, abre mis labios y cantará mi boca tu alabanza.
Misericordia, Señor, hemos pecado"
Se que nos miras con ojos llenos de amor porque eres Padre y te damos un poco de pena al vernos tan vulnerables... pero ese gran amor nos dará la fuerza que necesitamos para tratar de ser cada día un poco mejores y pensar también un poco más en ti.
Es todo lo que nos pides... es todo lo que deseas.
Ma Esther De Ariño
No es posible saber de tu espera eterna en todos los Sagrarios de este mundo, y no sentir la nada que somos, lo poco que merecemos, el fardo que cargamos tan pesado de nuestros errores y faltas, de lo poco que valemos... pero ya ves, Jesús, el saber que estás ahí, me obliga a pensar que si valemos mucho, porque si nos amaste y nos amas hasta dar tu vida por nosotros pues... ¡si que debemos de valer!.
Y al pensar en esto me dan ganas de llorar por lo mal que te correspondemos, lo mezquinos y tacaños que somos para todo lo concerniente a tu sagrada persona....horas y horas ante la televisión, ante la "ventanita" de Internet, tardes enteras de cine, de café, de espectáculos, a veces con grandes sacrificios de filas y de dinero para verlos.... todo, todo lo damos, todo nos parece poco para asistir o lograr aquello que nos interesa y seduce....
Pero para ti, Señor, apenas y nos detenemos un instante ante tu figura de Dios hecho hombre muriendo en una cruz con los brazos abiertos para esperarnos y redimirnos.... ¡Qué poco tiempo para tí, Señor!.
Los días trascurren... mañana, tarde y noche y vuelta a lo mismo... ni un pequeño rato, a veces ni un minuto para ti y cuando llega el domingo, que es el Día del Señor, tu Día, si es que nos late entramos al Templo donde tu estás, siempre esperando.... ¡y que larga es la media hora de la misa!.
Estamos empezando los cuarenta días que nos llevarán a desembocar en la Semana de los mayores tormentos que se le pueden infligir a un ser humano, pero aún peor a un Dios que por amor acepta libre y voluntariamente todo eso y más, hasta la muerte. ¿Nos paramos, en nuestro loco correr, para pensar un pequeño instante en esto?
¡Cómo desearías que esto ocurriera, Señor!.
Quizá nunca nos confesamos de este desamor, de esta gran indiferencia....
Como un acto de desagravio, a tanta frialdad y olvido, recordamos el Salmo 50:
"Misericordia, Señor, hemos pecado."
Por tu inmensa compasión y misericordia,
Señor, apiádate de mi y olvida mis ofensas.
Lávame bien de todos mis delitos y purifícame de mis pecados
Puesto que reconozco mis culpas, tengo siempre presentes mis pecados. Contra ti solo pequé, Señor, haciendo a lo que a tus ojos era malo.
Crea en mi, Señor, un corazón puro, un espíritu nuevo para cumplir tus mandamientos. No me arrojes, Señor, lejos de ti, ni retires de mi tu santo espíritu.
Devuélveme tu salvación, que regocija, y mantén en mi un alma generosa. Señor, abre mis labios y cantará mi boca tu alabanza.
Misericordia, Señor, hemos pecado"
Se que nos miras con ojos llenos de amor porque eres Padre y te damos un poco de pena al vernos tan vulnerables... pero ese gran amor nos dará la fuerza que necesitamos para tratar de ser cada día un poco mejores y pensar también un poco más en ti.
Es todo lo que nos pides... es todo lo que deseas.
Ma Esther De Ariño

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