Temas
1)El empuje decisivo
2)El Autodominio
El empuje decisivo
Conocemos las normas y entendemos su sentido, pero a veces preferimos el capricho, decidimos vivir a nuestro aire.
Sabemos que existe un castigo para la injusticia, pero no faltan momentos en los que creemos que podremos evitar de algún modo las penas que merecen nuestras faltas.
Creemos que Dios lo ve todo, pero ante un dinero fácil o un placer prohibido escogemos el mal camino, arriesgamos el futuro eterno.
Queremos, incluso, ser honestos, justos, buenos, pero el mal nos aturde de mil maneras y con facilidad dejamos de ayudar a un amigo para disfrutar de un “plato de lentejas” o de tantos gustos que nos ofrece el mundo en el que vivimos.
¿Por qué somos tan débiles? ¿Por qué no ponemos en práctica ideales buenos? ¿Por qué dejamos que el pecado carcoma nuestras vidas? ¿Por qué nos encerramos en pensamientos egoístas, en rencores destructivos, en avaricias que empobrecen nuestras almas?
Hace falta una fuerza enorme para vencer el peso del pecado, la energía de las malas costumbres, la corriente de un mundo desquiciado, el empuje de las pasiones desatadas.
Esa fuerza sólo puede llegar desde una presencia superior, de una mano divina, de un Amor que no tenga miedo a mis miserias, de una Misericordia que pueda lavar mis faltas. Sólo la gracia vence al pecado.
Sí: sólo Dios nos permite romper contra la nube de mal que ciega los corazones de los hombres. Porque Dios es omnipotente y bueno, porque es Padre, porque no puede olvidar que somos hijos suyos, débiles y pobres, y por eso muy necesitados de su gracia.
Si recibimos a Dios, si le dejamos tocar nuestras almas y limpiarlas con el sacramento de la Penitencia, si lo acogemos presente y vivo en la Iglesia, si lo gustamos en la Eucaristía, si entramos en su misterio desde la Sagrada Escritura, recibiremos ese empuje definitivo que tanto necesitamos en el camino de la vida.
No faltarán momentos de fragilidad, no seremos invulnerables ante el pecado. Pero al menos habremos dado ese paso decisivo que separa al mediocre del cristiano verdadero. Seremos parte de aquellos esforzados que luchan, en serio, por entrar en el Reino de los cielos
El Autodominio
Nada tiene de particular que sientas fuertemente el instinto sexual. Lo que no puedes permitir es que te domine.
Todo en este mundo tiene su tiempo y su medida.
A los animales los regula el instinto: fuera de los períodos de celo sienten frigidez absoluta.
Como no tienen inteligencia, Dios ha regulado su reproducción con una ley fisiológica.
Pero como el hombre es un ser racional, Dios no ha querido sujetar esta importante función a leyes puramente fisiológicas, sino que ha dejado en esto el influjo de la libertad.
La sexualidad es mucho más que una tendencia instintiva para la transmisión de la vida.
La sexualidad penetra toda la persona y especifica la comunicación entre las personas.
El hombre debe gobernar esta tendencia con la razón y la voluntad.
Dios fiándose del hombre ha dejado en sus manos el instinto sexual, marcándole con las barreras infranqueables de su ley el único camino lícito para el ejercicio de su función reproductora: el matrimonio.
El instinto sexual es tan fuerte que necesita una ley que lo encauce.
Lo mismo que es necesario una ley que controle la energía atómica.
El sexto mandamiento es un beneficio de Dios en bien de la humanidad.
Dios ha querido que la transmisión de la vida humana se realice por la unión de los órganos sexuales de los dos esposos de modo que el marido derrame dentro del cuerpo de su mujer las semillas de la vida que han de germinar en un nuevo ser, si encuentran el organismo de ella preparado con un óvulo reciente.
Este acto sexual, realizado dentro del matrimonio, conforme a la ley de Dios, no tiene nada de malo.
Todo lo contrario. Puesto según la ley de Dios es meritorio; pues es cumplir una ley puesta por Dios.
Y el placer que Dios ofrece como aliciente al cumplimiento del fundamental deber conyugal, es lícito y bueno, y está santificado por Jesucristo que elevó el matrimonio a la dignidad de sacramento.
Poner este acto fuera del matrimonio es pecado grave.
Para que el género humano no se acabe es necesario que sigan naciendo niños.
El acto, pues, de la generación es un acto necesario en el matrimonio, instituido por Dios para la perpetuidad de la especie humana.
Esta misión perpetuadora del matrimonio, en cuanto a la crianza y educación de los hijos, lleva consigo gran esfuerzo y sacrificio.
Para que el hombre no rehuyera este sacrificio y se garantizara la conservación del género humano, Dios imprimió en el hombre y en la mujer un impulso que les moviera a amarse y unirse en matrimonio.
El placer es bueno cuando lo usamos para el fin que Dios lo estableció; pero es malo cuando, por buscarlo, nos apartamos de la voluntad de Dios.
Dios pudo haber creado a los hombres directamente, por sí mismo, como lo hizo con los ángeles; pero no quiso.
Fue su voluntad que el hombre mismo se encargara de procrear al hombre. Dando al hombre una prueba de confianza, le asoció a su obra creadora. Le da poder de transmitir la vida.
Con ello llenó la vida terrena de encanto.
¡Qué diferente sería la vida, si Dios hubiese dispuesto que los hombres viniesen al mundo ya mayores!
No se oiría la risa alegre de los niños.
No habría amor de padres, de hijos, de hermanos. Cada cual se encontraría sólo en el mundo; sin amor y sin familia.
La pureza es una virtud que salvaguarda este poder creador del hombre.
Es una virtud positiva, que ennoblece y que requiere el valor de los héroes y de los mártires.
Virtud noble que defiende este acto sagrado que Dios ha querido santificar con un sacramento: el sacramento del matrimonio, que es una fuente de gracias sobrenaturales.
Por eso el matrimonio es, en el cristianismo, un camino de santidad, de unión con Dios.
San Pablo habla de «sacramento grande»30, símbolo de la unión perfecta e indisoluble de Cristo con la Iglesia.
Por eso es infame burlarse de la paternidad y del amor; y la pornografía es una perversidad, pues traiciona uno de los deberes más sagrados del hombre.
La pornografía, como dice Emilio Romero, es el recurso de anormales sexuales. Un hombre bien constituido no necesita esa excitación31.
La transmisión de la vida es un poder sagrado que Dios ha dado al hombre. Es una participación del poder creador de Dios.
Por eso se llama procreación de los hijos.
A este acto humano colabora Dios con un acto divino, y crea un alma humana e inmortal, para que habite en el nuevo ser en el momento de su concepción.
De aquí la responsabilidad que supone para el hombre todo lo relacionado con el acto que engendra la vida.
Profanar este poder del hombre es traicionar uno de los deberes y responsabilidades más sagrados.
«La sexualidad por su misma naturaleza está ordenada a la procreación y educación de los hijos, a establecer entre padres e hijos una comunidad de vida: una familia.
»La familia es la primera y definitiva muestra de la dimensión socio-cultural de la sexualidad. La familia es la institución natural para la formación de la personalidad en su aspecto cultural y social...
»La familia es la esencia de la sociedad -su “célula básica” según una terminología que se remonta a los griegos y romanos- y por eso puede decirse que, según sea la familia, así es la sociedad.
»Por otro lado, como la familia depende de la concepción que se tenga de la sexualidad, esta última influye indirecta, pero eficazmente, en la configuración social».32
Siempre se ha dicho que la familia es la célula de la sociedad, el crisol donde se forja la educación de los hijos.
Hoy hay algunos que anuncian la desaparición de la familia, diciendo que es una reliquia del pasado, y que debe desaparecer en una sociedad progresista. Pero cuando no quede ni el eco de las voces que anuncian su destrucción, la familia seguirá en pie, pues siempre ha sobrevivido a todas las crisis, porque la familia es una forma permanente de la vida humana. La familia vuelve por encima de las ideologías33.
«Los que, para justificar su situación personal, desean que la familia desaparezca, repiten machaconamente que la familia está en crisis, que hay que cambiarla por otra cosa.
»Pero la familia no desaparecerá nunca, pues es una institución natural de origen divino; y porque es la única institución que valora a las personas por lo que son, no por lo que valen. Unos padres quieren a sus hijos porque son sus hijos, no por lo que valen. Pero una empresa sólo los quiere si valen

0 comentarios:
Publicar un comentario